Tuve el honor de ser uno de los primeros treinta alcoyanos -no eramos muchos más en la sala, un grupo de jóvenes frikys de Marvel, varias parejas y yo- que pudieron ver en el día de su estreno en su primera sesión a las 16’50 horas en los cines ABC la tercera entrega del Iron Man de Robert Downey Jr. Me pareció bastante extraño este ‘Iron Man 3’. Si ya de por si se trata de un superhéroe desmitificado, en esta tercera entrega todavía se trata de desmitificarlo más aún, lo que por momentos me dejó algo desconcertado por excesivo.
Si bien a Downey Jr. el papel de Tony Stark le va como anillo al dedo -también el de Sherlock Holmes, por cierto- en esta ocasión el engreido y juerguista supermillonario, superdotado y experto en fabricación de armas, ha sentado la cabeza con su secretaria de toda la vida, Pepper Potts, la eterna Gwyneth Paltrow, y ha perdido ese toque rufián, transformándose en un obsesivo con sus juguetes. Eso le hace más vulnerable para su nuevo enemigo -de nombre bastante curioso, Mandarín, como aquella marca de flanes- interpretado por Sir Ben Kingsley, ‘ayudado’ por Guy Pearce y Rebecca Hall. Así, Stark se pasa casi toda la película contra las cuerdas, arrastrando lo que por momentos solo es chatarra, intentando encontrarse a si mismo y enfrentándose a unos supersoldados casi inmortales, hasta la apoteosis final en un enorme carguero.
Entretenida como siempre pero falta de algunas más de las escenas habituales que todos los fans esperamos de este tipo de films de la factoría Marvel y que sí se habían visto en las dos primeras entregas y en Los Vengadores, en los que el señor Stark tiene gran protagonismo. Por cierto, después de todos los títulos de crédito hay que esperar, pues aparece la habitual escena extra, corta pero divertida.